Lamas: un pueblo huraño con costumbres remotas
Los lamistas tienen una organización social superior; además, su pureza de sentimientos, su sentido familiar y su capacidad de trabajo, son singulares. Su perfecta adaptación al medio, integrando elementos culturales, andinos, selváticos y occidentales, es uno de los fenómenos sociológicos más interesantes del Perú.
Es el único grupo que ha conservado sus caracteres entre los que poblaban en la antigüedad el Huallaga medio. Todo hace suponer que son serranos que en alguna oportunidad llegaron a la selva, a cuyo ambiente se han adaptado sin perder sus antiguas costumbres.
Según ciertas tradiciones orales populares, los lamistas serían descendientes de un grupo de chancas y huancas que prefirieron refugiarse en la selva tras la masacre que Pachacutec les infligiera, antes de someterse a la dominación incaica.
El indio lamista es en general de talla alta, robusto, de color claro, algunos son casi blancos; los hay de facciones toscas, pero hay también individuos de rasgos finos y atractivo aspecto en ambos sexos. Rehusan el mestizaje y a los mestizos los segregan de la familia.
Usan vestidos de modelo español con telas de algodón tejidas por ellos mismos. Los hombres llevan un pantalón estrecho hasta el tobillo, chaqueta corta con botones que no llegan a abrocharse y que deja la parte anterior del cuerpo desnudo hasta la cintura. Por esta circunstancia los mestizos les llaman "filabotones" o "buche calato". En la cabeza se amarran un pañuelo bordado por sus mujeres. Tiñen su ropa con añil.
Las mujeres usan falda larga plisada, que tiñen de azul oscuro, con el cocimiento de las hojas de un árbol que cultivan cerca de sus viviendas. Es una falda serrana distinta de la pampanilla de las tribus y de la falda corta de las mestizas. Llevan blusa blanca de mangas largas cerradas, con canesú bordado. Tejen bonitos ceñidores de colores con motivos estilizados.
No usan ninguna forma de calzado. El pie desnudo es considerado como un distintivo del grupo: al que adopta calzados se les trata como a un extraño. El mismo rechazo por el calzado lo tenían los cholones e hibitos.
Hablan una mezcla de quechua y cahuapana, y los pocos que hablan castellano lo pronuncian sin el mote común de los serranos, sonando la "s" y la "rr" en forma elegante.
No mascan coca, no pescan ni les interesa el pescado, alimento básico de los montañeses. Tampoco son navegantes; prefieren, como los serranos, caminar aunque tengan que llevar cargas pesadas. Son los cargueros más resistentes, y ésta a sido su ocupación principal desde la antigüedad. En los caminos llevan el machete y la carga pendiente de la cabeza; cuando se acercan a los pueblos se anuncian tocando la antara.
No tienen ganadería pero son buenos agricultores y cultivan productos tropicales como plátano, algodón, arroz y caña de azúcar. No comen la papaya ya que la consideran alimento de cerdos. Como los serranos, cultivan flores y plantas útiles cerca de la casa.
Son cazadores temporales. Con ocasión de las fiestas consumen carne en común, pero las pieles pertenecen al cazador, que las guarda como trofeo para engalanarse en los días de fiesta.
Han adoptado la escopeta en lugar del arco, pero usan todavía la cerbatana con birotes envenenados. En un tiempo los venenos preparados en Lamas y Pajatén eran los mejores y se vendían en el Brasil.
Tienen sentimientos religiosos y familiares más desarrollados que los otros montañeses. Se casan muy jóvenes y no son inclinados a la poligamia: entre ellos no se conocen los adulterios, ni hijos espurios ni naturales.
Como los pueblos serranos, los lamistas viven sobre una loma alta, y no a la orilla de los ríos como los selváticos. Pasan su tiempo en las chacras y acuden a sus casas en los días de fiesta.
A diferencia de los demás pobladores de la selva, tienen muy buena dentadura. Se afilan los dientes en forma cónica y algunos se los tiñen de negro. Los hombres llevan el pelo corto y las mujeres largo, recogido en el occipucio con peinetas y cintas de colores, adornándose el peinado con la zangapilla, flor muy olorosa.
Son limpios en su persona y en sus casas; han adoptado de los montañeses el cariño por el agua y la costumbre de llevar la ropa y el cuerpo limpios. Cuando llegan cargados y sudorosos al término de una jornada, se bañan.
Las mujeres son expertas tejedoras. Son las únicas en la región que conservan la costumbre de tejer sus telas, que son de algodón, usan la rueca española con rueda de madera. Son también muy afectas a los abalorios, cuentas doradas, fantasías, peinetas vistosas, pañuelos de colores, pero no se pintan; usan adornos selváticos de semillas y pulseras de piel de reptil, con fines mágicos.
La familia consta de padre, madre e hijos, esposa e hijos de los hijos varones en la primera generación. La casa es una habitación grande, cuadrada, con paredes de palos o de tierra apisonada, techos de palma con tijerales de caña, al uso montañés.
Duermen en camas altas de caña, en mejor forma que los criollos. Se cubren con una manta blanca, tejida por ellos y algunas de sus camas tienen toldos.
En las fiestas o cuando se preparan para una lucha, se pintan la cara con rayas rojas de achiote en vez de huito, que es tan usado por otras tribus de la selva.



